La dinámica de los asesinatos en Mar del Plata no ha variado en los últimos años y los números finales se presentan sin demasiadas diferencias. No obstante, subyace el problema que atraviesa los calendarios: la violencia social como plataforma para los delitos graves.
Por Fernando del Rio
Cuando en el mes de julio salieron las alarmadas voces a comparar Mar del Plata con Rosario por la seguidilla de asesinatos, los conocedores de las dinámicas del homicidio doloso arrugaron la nariz. Sabían que tamaño apresuramiento para encasillar a la ciudad como un centro urbano de violencia extrema habría de ser derrumbado por el equilibrio en los meses siguientes, de la misma manera que lo había tenido antes, en abril período sin un solo caso.
El análisis pormenorizado de los crímenes de 2021 en la ciudad vuelve a destacar una dinámica propia de un delito de resultado: en ocasiones un similar acto de violencia acaba en muerte y en otras -por razones variables y hasta fortuitas- solo causa lesiones de media o alta gravedad. Esa característica que tiene casi exclusivamente el homicidio doloso provoca una natural alteración de los números finales, por lo cual la estadística puede ofrecer una movilidad muy diferente a otro tipo de delitos.
En Mar del Plata los últimos años la cantidad de asesinatos osciló entre los 30 y los 40, con una permanente incidencia de aquellos hechos que tienen su raíz de conflicto en las relaciones interpersonales, ya sea por vínculos con el delito o con problemas familiares o vecinales. El año 2021 dejó a la vista que esa lógica (conocimiento previo-discusión-asesinato), anclada también en el uso y manipulación de armas, es la más compleja de prevenir, además de ser también la que acaba en mayor volumen de tentativas de homicidios o lesiones graves.
Fueron 21 los casos de asesinatos derivados de heridas de arma de fuego -más de la mitad del total-, y en su mayoría los homicidas las tenían de forma ilegal. La problemática de la gran cantidad de armas que hay en las calles de Mar del Plata es indisimulable y, de poder medirse, alarmarían sus números. Por lo tanto, si el principal móvil de los asesinatos es la resolución de conflictos por medio de métodos violentos y si, al mismo tiempo, se advierte una exuberante aparición de armas en manos de quien no debe tenerlas, la consecuencia no puede ser otra.
Muchas veces la percepción social en términos de criminalidad está ligada a la conmoción que causan los hechos. Mejor dicho, muchas veces o casi siempre. Entonces, si hay un homicidio de mayor impacto en la comunidad, por la característica del crimen o por la empatía con la víctima, se le atribuirá a Mar del Plata un rango de ciudad más violenta, más insegura.
También pueden precipitarse análisis como los del mes de julio, cuando, sin detenerse en la etiología de los crímenes se fijaron posiciones políticas –con las elecciones a la vuelta de la esquina- equivocadas. Es alarmante, por supuesto, que Mar del Plata padezca 10 homicidios en un mes, tal como ocurrió en julio, pero los períodos que conforman un panorama de tendencia exceden por mucho los 30 días. De allí esa nariz arrugada de los especialistas en seguridad urbana cuando vieron una vez más la idea de “rosarización” de la ciudad.
Conocer la etiología es conocer el causal, el factor de desenlace de un hecho violento. En ese mes de julio, hubo dos crímenes derivados de trastornos psiquiátricos, otro de un automovilista que se ofuscó y mató a un motociclista por una cuestión irrelevante como es el problema de tránsito, otro perpetrado por una mujer contra su pareja, otro de un empresario por aparentes cuestiones comerciales. Para completar el concepto, el apresuramiento en utilizar solo rachas, sin contextualizar ni detenerse en otras características criminales, desnuda esa falta de criterio. Porque no es lo mismo un homicidio al que le precede un delito que otro que no.
El 2021 deja crímenes para no olvidar pero también problemáticas para abordar en políticas de seguridad, como es el control de uso y tenencia de armas y la intervención temprana de conflictos. Hubo 12 homicidios por peleas y otros 5 por ajustes de cuenta y 5 más por derivación del consumo de estupefacientes, y lo que es preocupante también es que 8 de esos episodios marcan el grado de algo que bien podría acuñar dos nuevos términos: la violencial o la conviolencia. Es que la violencia social se ve reflejada en una convivencia destrozada para la cual ni siquiera se necesitan armas: esos 8 crímenes fueron cometidos en el marco de golpizas.
Los 5 homicidios en ocasión de robo (Lele Gatti, el músico Pablo Ojea, la jubilada Teresa Jáuregui, el menor Lautaro Gómez y el restante Jorge Otero) sobresalen por el carácter de lejanía de las víctimas con los hechos delictivos, y son los que provocan más impacto porque la gente puede reconocerse en cualquiera de ellos.
También hubo crímenes de género como el de Florencia Ascaneo y el brutal doble asesinato de madre e hija Lorena Sánchez y Zoe Paz, este con un contexto diferente en el que también gravitó la adicción del criminal (hijo y hermano de la víctima).
Ciertas estadísticas foráneas confunden el Departamento Judicial Mar del Plata con Mar del Plata. Vale recordar que el Departamento Judicial de Mar del Plata incluye a los partidos de General Alvarado (Miramar, Otamendi, Mar del Sud), Balcarce (Balcarce y aledaños) y Mar Chiquita (Coronel Vidal, General Pirán, Santa Clara), de manera que los números suelen ser diferentes según quien entienda más o menos de la cuestión criminal y judicial.
Lo cierto es que Mar del Plata se mantiene en el orden de la tasa de crímenes nacional, ya que rondó los 5 crímenes cada 100.000 habitantes, cifra similar a la de todo el territorio argentino. Para tener una noción de lo que se habla, Rosario tiene una tasa de 24.1, aproximadamente.